La poesía

POR: Mateo Santero

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Descubrí la poesía cuando mi abuela me contó acerca del tío que nunca conocí porque la guerra lo conoció primero. Mientras mi abuela me contaba acerca de él veía como el recuerdo se convertía en lágrimas, esa imagen de mi abuela llorando a un desconocido, para mí, fue la primera pregunta que le hice al poema ¿Por qué llueve en los ojos cuando se recuerda algo que no está? Con el tiempo descubrí respuestas en las caras de mis amigos cuando lloraban a otros amigos que la guerra les quitaba. La guerra me quitó la infancia, más no la pregunta, más no el poema. 

Entonces decidí a los 13 años escribir a la respuesta de mi pregunta inicial, el silencio, me sentí especial y solo. Pensaba que era el único que no jugaba al futbol, a la lleva, o los catapis, en cambio prefería hablar con el silencio y escribirle desde la ventana de mi salón, me frustraba a veces sentirme solo escribiendo y no compartiendo el poema que me salía de la entraña, era un niño y la pena podía más. En mi búsqueda de respuestas a nuevas preguntas que el poema me iba brindado, tales como el amor, la soledad, el sexo, la amistad, supe que no estaba solo en este cuento y una noche en medio de tambores y bullerengue nuevamente el poema me encontró y me pego en la cara, duro, con la pregunta de mi infancia:

“¿Dónde están los pelaos, dónde están los muchachos…? ya llegaron los muchachos, ya llegaron los pelaos, unos envueltos en la bandera patria, otros en bolsas negras los han tirado, ya llegaron los muchachos, ya llegaron los pelaos” Fernando Ñungo

Entendí dos cosas esa noche, el poder la palabra y que debía compartir mi palabra, entonces empecé a buscar sitios donde compartir lo que sentía, lo que me producía el gran silencio, encontré, la mayoría de las veces, puertas cerradas a jóvenes poetas, pero me apropié de parques y contagie a más jóvenes, supe que no estaba solo y que ese gran silencio que varios compartimos en conjunto resultaba ser un gran bullicio. En medio de bares me encontré con amigos con la misma inquietud, crear espacios alternativos para compartir las voces jóvenes, escuchar sus lamentos y generar propuestas para hacer de este mundo de silencios una gran fiesta donde el grito de la vida fuera nuestro himno y así lo hicimos, cada silencio se fue atando a otro y se fue convirtiendo en voz, éramos como sordos aprendiendo señas y la primera seña que aprendimos fue la de gracias a las instituciones que nos cerraron las puertas, que no creían que a través de fiestas podíamos generar nuevos escritores y lectores, que una gran fiesta podía cambiar las formas de vida de jóvenes que venían de llorar amigos y familiares. Y convertimos la noche en una gran noche, en La Noche del Perro Negro. Acá en Apartadó existe la leyenda de Jaime Ortiz, un hombre que hizo un pacto con el diablo para hacerse rico pero esa riqueza la compartió con Apartadó, nosotros en honor a él y a su leyenda, decidimos convertimos en perros negros para sacrificar los dolores y cambiarlos por poesía, y nuestro diablo no es el creado por la iglesia, nuestro diablo es la vida

A veces me pongo a pensar que la pregunta que tenía de niño era simplemente una pieza de la gran pregunta que La Noche del Perro Negro ha intentado resolver: ¿Cómo sentirse vivo, y darles vida a otros, en medio de una ciudad de muertos? Y la resuelvo todos los días con poesía.